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Murillo y sus temas principales

Murillo y sus temas principales

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Bartolomé Esteban Murillo

Murillo nació en Sevilla entre 1617 y 1618, no se sabe con total certeza, y falleció 1682 a los 65 años de edad. Adoptó el apellido de su madre. Su padre era cirujano-barbero y su madre venía de familia de plateros.

Murillo pertenece a la siguiente generación de Diego Velázquez. Las diferencias respecto a él son las siguientes: Nunca visitó Italia. Por otro lado, renunció a la Corte (aludió problemas de salud). Y, por último, no gozó de la vida de pintor sin encargos como fue Velázquez.

Nuestro artista sin embargo se familiarizó con el arte extranjero por medio de las pinturas de las iglesias y grabados que llegaban al puerto de Sevilla desde otras partes de Europa, con destino la capital andaluza o bien, América.

La muerte se cebó con su familia. Por lo que mitigó su soledad con la enseñanza del dibujo: fundó la Academia de Pintura en 1660.

La misma sociedad le recompensó con la fama por la belleza de sus purísimas, ternura de los Niños Jesús y delicadeza de sus Maternidades.

 

Autorretrato.

 

 

Los temas principales en la pintura de Murillo

 

La Santa Infancia

 

Apreciado por su habilidad para representar los temas tradicionales desde un modo innovador. Reelabora imágenes asentadas en la iconografía cristiana al añadir rasgos naturalistas tomados de la realidad.

Su capacidad de observación junto a su facilidad para plasmar emociones consigue conmover al espectador. Rasgo muy valorado en los siglos XVIII y XIX motivó que la obra de Murillo despertara un especial interés. Esta eficacia para comunicar afectividad se manifiesta de modo singular en la pintura devocional. Los más célebres ejemplos de esta renovación son las representaciones de la infancia de Jesús y San Juan Bautista,así como la de Virgen con el Niño acompañados en ocasiones de algún santo.

 

Virgen de la Servilleta con el Niño.

 

Una familia de Nazaret

 

El espectador del siglo XVII sentía especial empatía hacia los asuntos religiosos como la Sagrada Familia. En los pinceles de Murillo, los personajes sagrados se representan accesibles, mostrando con franqueza sus sentimientos.

Al naturalismo descriptivo de los objetos cotidianos que se integran en esta escena, se suma una intensa emotividad que otorga cercanía al tema representado.

A través de la emoción, su apariencia terrenal se transforma en figura de elevada espiritualidad, realizadas en muchos casos para particulares. Son imágenes devocionales que comulgan en privado e íntimamente con el individuo sin mediación de la Iglesia.

La presencia de la figura de San José es una constante en la producción del pintor, al ser un personaje sagrado de devoción creciente en la época. Son representaciones de gran afectividad, tanto cuando aparece acompañado del Niño Jesús como cuando lo hace formando parte de la Sagrada Familia.

Imágenes que se sustentan en un refinado uso del color y una notable soltura de la pincelada y el dibujo.

 

La Sagrada Familia.

 

La Gloria en la Tierra

 

Murillo aporta una nueva manera de representar con originalidad temas tradicionales, reinterpretando y actualizando la iconografía religiosa de la época, en muchos casos, partiendo de viejas fórmulas pero dotándolas de renovada lectura. Uno de estos recursos es la incorporación de un grupo de ángeles o querubines entorno al tema principal, que lleva al espectador a situar la escena en un entorno de gloria que sobrepasa cualquier contexto de tiempo y espacio. Desde el Renacimiento, este tipo de pintura se ha dividido en dos ámbitos: terrenal y celestial, que Murillo integra en una única composición, reelabora así una manera de proceder práctica y de modo sistemático en la pintura sevillana hasta mediados del siglo XVII.

En las representaciones de la Gloria combina elementos de la vida cotidiana, fácilmente reconocibles, con los propios de la divinidad,  interpretado a través de un acertado uso de recursos lumínicos.

 

San Francisco, La Inmaculada del Padre Eterno y San Antonio de Padua con el Niño.

 

La Inmaculada

 

La Inmaculada es el tema más popular de cuantos realizara el pintor. La profunda devoción inmaculista que arraigó en Sevilla en el siglo XVII quedó plasmada en numerosas y delicadas representaciones con versiones tan conocidas como las de Pacheco, Velázquez y Zurbarán en la pintura o como la de Martínez Montañés en la escultura.

Murillo, que pintó la Inmaculada Concepción con frecuencia, culminó el desarrollo de su imagen en la escuela sevillana. La sublime belleza de María unida a la conmovedora espiritualidad que expresan sus gestos, así que la presencia de incontables ángeles de idealizado naturalismo, consolidan definitivamente el prototipo de esta iconografía.

La admiración causada por estas imágenes que alcanzaron gran difusión en España y más tardíamente en el extranjero, convirtiendo esta figura mariana en un modelo a seguir en la pintura devocional posterior universalmente identificado con el maestro sevillano que llegó a ser conocido como el pintor de la Inmaculada.

 

Inmaculada Colosal.

 

Compasión

 

La meditación sobre la pasión y la muerte de Cristo han sido prácticamente por los fieles cristianos de los primeros siglos y aconsejada por la Iglesia y por numerosos santos como fuentes para el arrepentimiento y la conversión, práctica conocida como el Imitatio Christi.

La importancia de esta devoción se refleja en la trayectoria pictórica de Murillo que presenta estas imágenes carentes de exceso de dramatismo, pero llenas de una expresividad conmovedora.

Sus representaciones del Ecce Homo y de La Dolorosa van a alcanzar una gran difusión mediante las diferentes versiones que realiza en formatos diversos, muchas de ellas innumerables veces copiadas e imitadas.

Murillo recurre a modelos anteriores de procedencia europea que, como sucede con otros temas iconográficos, reinterpreta con gran contención y con la luminosidad intimista que requieren estos temas pasionistas según su particular visión del arte.

 

Dolorosa.

La Penitencia

 

Las representaciones de los santos penitentes concebidas como modelo para los fieles suponen el adecuado complemento a sus Cristos dolientes con los que comparten similares rasgos de patetismo. Como sucede con las imágenes de Jesús humillado a los tormentos de la flagelación, estas figuras que invitan a una contemplación intimista se alejan de sus luminosas visiones celestiales repletas de bellos ángeles niños.

Para este tipo de pintura, utiliza en sus primeras décadas un marcado naturalismo de intensos contrastes de luces y sombras, como es el caso de la Magdalena Penitente.

Frente a ello, encontramos la tenue y delicada luminosidad a la que en ocasiones acude cuando busca efectos tenebristas en obras de su etapa final. Este recurso podemos apreciarlo tanto en el Cristo recogiendo sus vestiduras como en las figuras de apóstoles, testigos y, en algunos casos, cronistas de la Pasión.

 

Cristo recogiendo sus vestiduras.

 

 

Narrador de historias

 

La capacidad artística de Murillo se manifiesta también en el modo en el que se enfrenta a las composiciones de carácter narrativo en las que debe tomar en consideración la descripción de episodios, generalmente con numerosos personajes y estudio especiales más complejos.

Aunque para este tipo de obras, normalmente busca inspiración en el grabado europeo, resuelve el reto creativo con solvencia y sin caer en el uso de servil de los modelos.

La influencia de sus clientes extranjeros está posiblemente detrás de algunos de estos temas, como en Las Bodas de Caná, novedosos en el ámbito sevillano y realizados con una nueva estética, acorde con la pintura de otras escuelas.

En el planteamiento de este tipo de composiciones, evoluciona desde las obras más estáticas, de poca profundidad, en sus primeros años, hasta pinturas de gran luminosidad y dinamismo en su etapa final, como el Martirio de San Andrés.

 

Las bodas de Caná.

 

 

Pintura de género

 

Murillo no es ajeno al mundo que le rodea. El gran intérprete de los principales temas sagrados de la Sevilla barroca, que crea modelos de devoción como la Virgen con el Niño, las Inmaculadas, los Ecce Homo, muestra una profunda sensibilidad y con la mirada limpia con la que se acerca a los asuntos religiosos, se acerca también a la dura realidad social de su época.

Este conjunto excepcional de lienzos único en la historia del Arte del Barroco europeo, es una aproximación conmovedora al mundo de la pobreza y de la miseria, en la que el artista dotado de una gran y profunda dignidad de los personajes marginales.

Murillo es el pintor español de su tiempo que dedica un mayor empeño a la pintura de género por influencia de su clientela procedente de los Países Bajos.  Interpreta de un modo muy novedoso y personal esta temática profana más extendida en Italia y en el norte de Europa. En ella alcanza unas cotas de calidad sin precedentes por lo que será el germen del incipiente comercio de su obra.

 

Vieja despiojando a un niño.

 

 

El retrato

 

En la obra de Murillo, la faceta menos conocida probablemente sea el retrato. La abrumadora presencia de sus temas iconográficos más esmerados, tanto religiosos como profanos, ha eclipsado su gran importancia como retratista en la pintura barroca española.

Al igual que sus niños mendigos son un reflejo de las clases más populares de su ciudad natal, sus ilustres retratados, nobles, clérigos y mercaderes, nos acercan a las clases predominantes de la compleja sociedad de la Sevilla del siglo XVII.

Estas representaciones de gran variedad tipológica y contenido simbólico muestran una personal originalidad de diversas influencias como la flamenca que pone de manifiesto el conocimiento de Murillo tenía de la pintura europea de su época y demuestran cómo su obstinación por permanecer afincando en su ciudad no aísla del cambio en las corrientes artísticas imperantes en la Corte madrileña y del resto del continente.

 

Autorretrato.

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